A mediados de la década de los 90, un temible grupo de secuestradores conocidos como Los Mochaorejas sembró el terror en el Valle de México. Su líder, Daniel Arizmendi López, nacido en Morelos en 1958, fue el autor intelectual de brutales secuestros y asesinatos, muchos de ellos con un sello personal: mutilar las orejas o los dedos de las víctimas si sus familias se negaban a pagar el rescate.
Arizmendi, criado en una familia humilde con un padre alcohólico y violento, comenzó su carrera delictiva a los 15 años, cuando fue detenido por intentar robar un automóvil. Tras casarse y tener dos hijos, trabajó en la Secretaría de Marina y en la policía de Morelos, pero pronto retomó su vida criminal, formando una banda de más de 15 personas dedicada al robo de vehículos.
No contento con eso, Arizmendi se adentró en el mundo del secuestro en 1990, después de que su sobrina le contara sobre un millonario rescate pagado en Morelos. Su brutalidad alcanzó su cénit en 1995, cuando comenzó a mutilar a sus víctimas. El primer caso ocurrió el 11 de junio de ese año, cuando secuestró al dueño de una gasolinera y le cortó las orejas para forzar el pago del rescate.
Arizmendi involucró a su familia en sus crímenes, incluidos sus hermanos, su esposa, sus cuñados y hasta sus propios hijos. Durante su carrera delictiva, se le relacionó con cerca de 200 secuestros y varios asesinatos, incluyendo el de Raúl Nava Ricaño, hijo de un empresario dedicado a la exportación de plátanos y dueño de bodegas.
Arizmendi fue finalmente capturado el 17 de agosto de 1998, gracias a la colaboración de algunos de sus propios cómplices con las autoridades. Fue sentenciado a 393 años de prisión y se le incautaron más de 50 millones de pesos y varias propiedades.
A pesar de su encarcelamiento, Arizmendi no mostró arrepentimiento por sus crímenes y siguió controlando el penal de Almoloya junto con otros líderes criminales. En una entrevista concedida desde la cárcel, afirmó que no cometía secuestros por el dinero, sino por la adrenalina que le producían. Su brutalidad y falta de remordimiento lo convirtieron en uno de los criminales más temidos y despiadados de la historia reciente de México.