En la sección de Crónicas y semblanzas, donde se reviven momentos y episodios vividos, les presento hoy mi experiencia en Copenhague, capital de Dinamarca, visitada a principios de mayo de 2019. A continuación, compartiré mi crónica de viaje a esta ciudad, que me cautivó por sus parques, jardines, arquitectura y limpieza.
A las 8 de la mañana, con un frío intenso y una llovizna persistente, comenzó el recorrido en autobús por la ciudad. A pesar de los estímulos que me indicaban que estaba en Copenhague, todavía tenía dificultades para aceptar la realidad de estar en uno de los países nórdicos. Sin embargo, al ver a los transeúntes con ropa impermeable y abrigada, edificios de arquitectura extraña, letreros en un idioma desconocido y bicicletas por todas partes, me di cuenta de que no era una ilusión.
Los países nórdicos siempre me han atraído, desde que los leí en la enciclopedia El tesoro de la juventud cuando era niño. Su historia, costumbres, vikingos y fenómenos naturales como el sol de medianoche y las auroras boreales despertaron mi curiosidad. Ya como periodista y asesor legislativo, investigué sobre sus características sociales y políticas, descubriendo que ocupan los primeros puestos en desarrollo humano, ingreso per cápita y felicidad.
Llegué a Copenhague después de un viaje de 18 horas, con una escala de cinco horas en París. Aproveché ese tiempo para recorrer el aeropuerto, observar a los pasajeros y disfrutar de la emoción de estar en París. Al llegar a Copenhague, me sorprendió la falta de control de pasaportes y equipajes en el aeropuerto.
El autobús nos llevó al hotel, donde una recepcionista, sin decir una palabra, nos entregó las llaves de las habitaciones. La habitación, en tonos caoba, beige y marrón, me hizo sentir cómodo y acogido, a pesar de la impersonalidad del servicio.
La guía local, una danesa de unos 50 años, nos mostró los puntos más representativos de la ciudad, como la Fuente de Gefión y la Sirenita, símbolo de Copenhague. A pesar de la lluvia, pude apreciar la belleza de la ciudad y la armonía de sus edificios, jardines y lagos.
Copenhague es conocida por su seguridad, limpieza y respeto al medio ambiente. La bicicleta es el medio de transporte preferido por los habitantes, y las calles están diseñadas para facilitar su uso. Además, el transporte público, como el tren y el metro, son eficientes y confiables.
La gastronomía danesa es una mezcla de sabores nórdicos e influencias internacionales. Durante mi estancia, pude disfrutar de platos tradicionales como el smørrebrød, pan de centeno con diferentes ingredientes, y el æbleskiver, una especie de buñuelo dulce.
En resumen, mi visita a Copenhague fue una experiencia inolvidable, en la que pude apreciar la belleza de la ciudad, conocer su rica historia y costumbres, y disfrutar de su excelente gastronomía. Recomiendo a todos viajar a esta hermosa ciudad y experimentar por sí mismos la magia de los países nórdicos.