
En una era donde aún se exaltan las obras eurocéntricas, de culto o clásicas, destaca La vorágine del escritor colombiano José Eustasio Rivera. Esta novela, publicada en 1924, no solo desafía el canon occidental en términos estéticos y temáticos, sino que también ocupa un lugar relevante en la actualidad, en un país donde la explotación humana, el olvido del territorio y la exclusión de las voces originarias siguen siendo problemas persistentes.
La publicación de La vorágine supuso una revolución en su momento, ya que sacó a la luz lo que el poder político y económico prefería silenciar o ignorar. Rivera dirigió su atención a los márgenes de los llanos y la Amazonía, en lugar de centrarse en la Colombia culta, revelando una faceta oscura y marginada del país. La literatura se convirtió así en un arma contestataria que iluminó una historia propia de violencia, explotación, exclusión y codicia.
Un siglo después, la vigencia de La vorágine sigue siendo incómoda, no porque haya envejecido, sino porque sigue siendo dolorosa. La explotación de los trabajadores del caucho se refleja en la precariedad laboral de muchos trabajadores en la actualidad; el racismo y la invisibilización de los pueblos indígenas siguen siendo una constante, y la supremacía intelectual en el sistema educativo sigue excluyendo las voces del sur, de la periferia, de lo híbrido y de lo popular.
Enseñar La vorágine en las aulas no es solo un acto pedagógico, sino también un acto político que reconoce que la literatura no es neutra y que nuestras lecturas moldean la forma en que aprendemos y enseñamos. Necesitamos reconocer que la literatura no solo puede, sino que debe, utilizarse como herramienta para la transformación social.
En este contexto, La vorágine se relaciona de manera transcendental con otras obras que también han sacudido la conciencia social, como La rebelión de las ratas de Fernando Soto Aparicio, que aborda la preocupación por la dignidad humana desde la perspectiva de los trabajadores explotados en una mina de carbón. Aunque escrita en un contexto temporal, geográfico y situacional diferente, su denuncia de la injusticia social, el clasismo y la deshumanización del sistema capitalista se enlaza con los gritos de Arturo Cova y con los lamentos de los indígenas del Putumayo.
Enseñar La vorágine junto a otras obras como La rebelión de las ratas o La perra de Pilar Quintana, significa desafiar el currículo tradicional, cuestionar la autoridad de los textos impuestos y construir una pedagogía desde la identidad, la memoria y la diversidad. Significa formar lectores críticos, capaces de ver las conexiones entre la literatura y la realidad, entre la historia y el presente. Significa, sobre todo, dejar de pensar que la literatura es solo para eruditos y comenzar a asumirla como una herramienta para la transformación social que tanto se necesita.
Volver a La vorágine es entrar en el corazón de una nación con dolores profundos. La vorágine es peligrosa, pero necesaria.,