En las áridas tierras del Guaviare, emergió la épica de Blas Enrique Torres Benítez, un valiente Policía Nacional colombiana cuya vida se enredó en una lucha heroica contra los cultivos ilícitos. Este relato no comienza en el fragor de la batalla, sino en el eco final de una historia marcada por el coraje, el sacrificio, la victoria y la determinación de superar.
Blas Torres, nacido en 1993 en un territorio marcado por la violencia, recuerda la noche en que se enfrentó a cultivadores de coca y grupos guerrilleros en una misión llena de gas, botellas de gasolina y disparos. La oscuridad no solo envolvía el cielo, sino también sus vidas, atrapados entre los cultivos, mientras los campesinos impedían el aterrizaje de los helicópteros que iban en su rescate.
Aquella intensa jornada en la que se enfrentaron a la furia de la comunidad cultivadora de coca puso a prueba su temple y unidad con sus compañeros, vivieron horas angustiantes mientras los campesinos les impedían salir de la zona. Las horas bajo el fuego enemigo dejaron una cicatriz imborrable, pero Blas y sus compañeros mantenían la esperanza de salir vivos de aquel lugar. Fue una noche eterna para ellos, pero con los primeros rayos del sol, las tropas helicoportadas lograron sacarlos sanos y salvos.
Blas Torres encuentra su propósito en la erradicación de cultivos y la destrucción de laboratorios de coca. "Estamos salvando vidas", reflexiona. Su rostro se ilumina con gratitud al cambiar el destino de jóvenes vulnerables. No es solo una Policía, sino un héroe anónimo, un protector de comunidades amenazadas por la terrible sombra de las drogas.
Fuera del campo de batalla, Blas Torres es reconocido como "el hombre de mil amigos". Su habilidad para conectar y ganarse la confianza de los demás se convierte en un activo invaluable para su carrera policial. En medio de relaciones tejidas entre compañeros y superiores, emerge la realidad de las pérdidas. El eco triste de compañeros caídos resuena en sus recuerdos, llevando consigo las cicatrices emocionales de la guerra.
La vida de Blas Torres está marcada por momentos cruciales, y entre ellos, destaca la batalla contra una infección ósea. Hospitalizado y sometido a cirugías, su pierna derecha se convierte en un campo de batalla contra la osteomielitis producto de una caída desde un helicóptero.
Un tatuaje en una de sus costillas es una promesa a Dios en medio del dolor y la desesperanza, A pesar de los momentos oscuros, emerge como un símbolo de resiliencia con la frase marcada en su piel; "Dios es bueno todo el tiempo y todo el tiempo Dios es bueno".
Nacido en medio de la más absoluta pobreza en El Carmen de Bolívar hace 30 años, Blas Torres ha forjado su propio camino que no ha sido nada fácil. Hizo hasta lo impensable por sobrevivir y las adversidades las enfrentó con valentía y coraje. Estudió bachillerato con muchas dificultades pero Dios lo premió con el discernimiento y sacó las mejores calificaciones. En la Universidad de Cartagena ganó una beca para estudiar contaduría pero solo pudo hacer dos semestres porque las condiciones económicas en las que vivía no se lo permitían. Desesperado por la situación económica se enfila hacia el servicio militar en la Policía Nacional, la ayuda de dos buenos amigos le permitió convertirse en Patrullero y eso le cambió la vida, se siente orgulloso de ser un buen Policía y de aquellos ángeles que aparecieron en su camino cuando ya creía que no había chance para él.
La vida del Patrullero Blas Torres es más que una crónica de guerra; es un relato de coraje, sacrificio y esperanza. Muestra a un héroe anónimo que pese a sus múltiples necesidades y limitaciones físicas está dando la cara por su país.
A pesar de las pérdidas y dificultades, su disposición de ayudar y su actitud positiva lo convierten en un referente en la Institución donde lleva casi ya ocho años. Ahora es el encargado de la incorporación.
Blas Torres Benítez se erige como un guerrero de la paz, un hombre cuya vida está dedicada al servicio, la superación y la esperanza. Su historia es un testimonio de resiliencia, sacrificio y amor por los demás, un legado que deja una huella imborrable de la cual su progenitora y sus hermanos están muy orgullosos.