Atención, lectores Hoy os hablaremos sobre un personaje siniestro que sembró el terror en la Ciudad de México a finales del siglo XIX, un auténtico asesino en serie que algunos llegaron a comparar con Jack el Destripador. Francisco Guerrero, apodado El Chalequero, cometió una serie de crímenes atroces que conmocionaron a la sociedad porfiriana, conocida por su supuesta paz y tranquilidad.
En los años 80, el mundo estaba consternado con las noticias sobre Jack el Destripador, un asesino en serie que actuaba en Londres. Sin embargo, en México, Francisco Guerrero, también conocido como El Goyo Cárdenas, llevaba a cabo sus fechorías con un modus operandi sorprendentemente similar. Aunque probablemente no fuera el primer asesino en serie mexicano, sí es el primero del que se tiene registro en el país, y su caso ha trascendido como uno de los más impactantes y despiadados, especialmente considerando que en aquella época ni siquiera existía el término asesino en serie.
Francisco Guerrero, un hombre procedente de una familia pobre de Guadalajara, llegó a la Ciudad de México a los 22 años y se estableció como zapatero. Sin embargo, ocultaba una personalidad retorcida y violenta. Era misógino, irascible y se consideraba a sí mismo un galán. Su elegancia para vestir, con fajas, chalecos con agujetas y pantalones ajustados, le valió el apodo de El Chalequero. A pesar de afirmar ser un fiel creyente de la religión católica y de la Virgen de Guadalupe, engañaba a su esposa con trabajadoras sexuales y las obligaba a tener relaciones sexuales, un acto conocido en aquella época como a chaleco, de ahí su apodo.
El Chalequero recogía a las trabajadoras sexuales en las calles de Santa Ana y Peralvillo y las llevaba a una cueva cerca del canal Río Consulado, donde las obligaba a mantener relaciones sexuales y luego las asesinaba brutalmente, apuñalándolas en la garganta con el cuchillo que solía utilizar en su taller de zapatos o estrangulándolas con sus propias manos. Después, conservaba las prendas de las víctimas, especialmente los rebozos, como insignias o las vendía para comprar bebidas alcohólicas.
A pesar de que Guerrero no dudaba en hablar abiertamente de sus crímenes, no existió ninguna denuncia en su contra por miedo a las represalias. No fue hasta que algunos de sus vecinos lo delataron que pudo ser arrestado. Sin embargo, negó los delitos y no fue hasta que las víctimas sobrevivientes y su propia esposa declararon en su contra que fue condenado no sólo por homicidio, sino también por robos y violaciones.
A pesar de ser sentenciado a muerte, el presidente Porfirio Díaz redujo su castigo a 20 años de prisión, lo que le permitió a Guerrero obtener su libertad en 1906. Poco después, volvió a cometer un asesinato, esta vez contra una anciana con pasado en la prostitución, y fue sentenciado a muerte por un juez de primera instancia. Sin embargo, un derrame cerebral lo postró en una cama del Hospital Juárez, donde falleció 15 días antes del inicio de la Revolución Mexicana.
La historia de El Chalequero ha dejado una huella imborrable en la cultura popular mexicana, y su legado sigue presente en la memoria colectiva de la sociedad.