
Hace varios años, tengo el gusto de conocer a un individuo con quien compartí gran parte de mi infancia y adolescencia. Ambos crecimos en el mismo pueblo y solíamos pasar la tarde después de clases, caminando y platicando sobre nuestras vidas. Compartíamos secretos y conversábamos sobre nuestros problemas personales y familiares, así como también sobre nuestros amores frustrados y gustos musicales.
Uno de los asuntos que me llamó la atención sobre mi amigo fue su compleja relación con sus hermanos. Durante nuestras pláticas, solía expresar su deseo de acercarse a ellos y arreglar las diferencias que existían entre ellos. Con el paso del tiempo, hizo esfuerzos por conectar con ellos, invitándolos a salir, buscando oportunidades para hablar y colaborar en sus necesidades.
Durante el fin de semana pasado, visité la ciudad donde mi amigo vive actualmente. Sin embargo, tuve la oportunidad de verlo solo por un breve momento, ya que estaba pasando tiempo con sus hermanos. A pesar de mi decepción inicial, reflexioné sobre la situación y me di cuenta de que su tiempo con sus hermanos era una señal de reconciliación y felicidad. Después de muchos años, finalmente pudo conectar con su pasado y superar aquellos conflictos que lo atormentaban en su juventud.
En esta era de egoísmo y utilitarismo, donde a menudo medimos las relaciones en términos de lo que podemos obtener de ellas, vale la pena recordar que la amistad se basa en la gratuidad y el deseo del bien y la felicidad del otro. La felicidad de mi amigo se manifestó en su reconciliación con su pasado y su voluntad de conectarse con sus seres queridos. La verdadera amistad y el amor se demuestran con el deseo de la libertad y la felicidad del otro, más allá de nuestros propios intereses personales.,